13.08.2024
El primer día no se podían ver con claridad. El aire caliente desenfocaba los picos que se alzaban enormes frente a nosotros. Fue la lluvia de la mañana quien ayudó a despejar sus cumbres, que parecían cubiertas con un telón viejo, justo como los carros de Berat, o mis pies al borde del adriático el día que sentí el hormigueo en los empeines. El pelao del hostal le contaba a la pareja sentada junto a nosotros mientras les servía el café amargo, el pan y el queso feta, que en invierno no hay manera de entrar a este lugar. Ni tampoco de salir. La nieve lo inunda todo, y hasta el tiempo se congela. Cada vez más largo, y más lento, dijo mientras puso las masas fritas de harina, las mismas que rellené de miel el día que caminamos al Ojo Azul.
Azul, justo como el color de las cosas a la distancia. Al menos durante las horas previas al sol tangente, donde todo se incendia en un abraso prendido por el horizonte. Las islas, los montes. Las personas que se duermen bajo la sombra azotada por la luz, por el salitre y el reggaeton albano. Cuanta materia flotando en el aire. Cuanta silueta, y falta de definición. Cuantas cosas a lo lejos, azules. Hasta que el sol bajaba la temperatura con el rojizo destello de su atardecer. Toda una experiencia contraintuitiva del color, del calor. Cuanta piedra y cuanta paciencia. Al respirar para no desesperar por la temperatura del agua en las montañas. Al doblar la curva y orillarse por la velocidad de algún carro sin empatía. Al caminar por las trochas terracotas dirección al mar. Al darme cuenta que volví y que todo empieza a teñirse de azul, mientras siento que tiendo ropones color cumbre en verano sobre aquellos recuerdos que no quiero perder debido a la intensidad de un sol que no se detiene.
04.05.2024
Lo que falta
El aire que se filtra por las grietas de la montaña pasa velozmente generando un chillido tenue.
¿Lo escuchas?
He intento inhalar la ráfaga de viento que produce el silbido. Ya lo había pensado antes, sobre la facultad de la respiración para cambiar la percepción del espacio-tiempo. Aunque esa vez me sitiaban las estaciones. Ahora es diferente. Se siente diferente. Ascender la montaña y someterse a la altura. Un ejercicio de redimensión. Y el cuerpo, que se mueve. Un mecanismo de medida.
Poco.
Falta poco.
Y aunque falta poco parece no acabar. Se ensancha. Ambos, el paisaje y mis pulmones. La piedra lisa que alguna vez sostuvo la nieve parece reproducirse hacia toda dirección. Justo como me imagino lo hacen mis pulmones cada que los lleno con tanto esfuerzo.
Poco.
Falta poco.
Eso nos decimos con cada uno de los gestos con los que limitamos nuestra comunicación. A esa altura suele uno evitar los esfuerzos de más. Y utilizar la palabra demanda bastante esfuerzo. Por eso el gesto con la mano, intentando darle dimensión a lo pequeño a través del vacío que crean la aproximación de mis dedos. Medir. Lo que falta. Con lo dedos, con los pies. Con el cuerpo. Que se mueve. ¿Qué falta? Es ambiguo, ¿no?. Lo que falta, lo que está por llegar. Lo que falta, lo que no volverá jamás. Todo lo que se condense entre esas dos posibilidades cabe entre el pequeño espacio de mis dedos queriendo darle cantidad de tiempo al espacio. O duración de espacio al tiempo. Lo mismo, aunque diferente. Se siente diferente. A esta altura todo es tan ambiguo. ¿Qué hubiera estado midiendo Krauss entre sus dedos, el pan de azúcar, el cielo? Seguramente no era la cantidad de nieve. No. Setenta años y el espacio entre los dedos, aparentemente equidistantes, ha presenciado un deshielo que ahora se pronuncia como sentencia. Y claro, como en las alturas la palabra demanda tanto esfuerzo, la montaña prefiere silbar.
¿Lo escuchas?
Poco.
Falta poco.
18.02.2024
En esos lugares firmes, donde las estrellas posan, suelen haber pliegues que solo se sugieren cuando los recorre la luz. Caldas pensó que se podían medir con el hervir del agua, y yo ahora lo leo viendo al cuerpo como termómetro. Caminar el cielo hasta su cumbre y ver las montañas sobre mi, inmensas, llenas de árboles junto a luceros que alumbran como cucuyos. Y yo en estas nieves que han dejado de ser perpetuas, desciendo del cielo hacia el valle y pienso en la montaña sobre mi. Veo la luz que acelera justo en los bordes de los peñascos. Camino midiendo temperaturas, determinando tamaños temporales de firmamentos accidentados. Como estas montañas arriba mío o como el cielo al que he decidí aventurarme. A lo lejos, un paisaje invertido, una montaña sobre el cielo firme. Una estrella, que gracias a esta foto ha dejado de ser fugaz. Y un glaciar, del que podemos despedirnos para siempre.
Sounds around a body that is getting tired
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24.10.2020
Cada tanto, encuentro esta foto de mi madre. Debo tenerla duplicada un centenar de veces en diversas carpetas de mi ordenador y discos duros. Me dan ganas de llorar de amor. Es mi fotografía favorita, una de las 100 dispersas en mis archivos. Tengo 100 mamás mirando hacia arriba, todas hermosas. Hacia el sol entre las nubes de vapor termal. Todas felices. Las 100, sonriéndome. Mis mamás, si se cogieran de los brazos, y estiraran sus cuerpos en un esfuerzo por alcanzarme, quizá cruzarían el atlántico y me abrazarían. Mamás, no he soltado el obturador. Esta imagen aún se está capturando.